Bajada: En menos de dos días pasó de tormenta tropical a categoría 5 gracias a agua 1,4 °C más cálida, un aviso directo al cambio climático.
“En menos de 48 horas pasó de tormenta tropical a furia categoría 5: vientos de 280 km/h, lluvias torrenciales y mar Caribe 1,4 °C más caliente de lo habitual. ‘El océano nos dio el motor que no pedimos’, dijo un investigador mientras el huracán Melissa arrasaba su camino.”
“La explosión rápida”
En cuestión de días el sistema que catalogaron como la tormenta Tropical Melissa pasó a huracán categoría 5. Según el Centro Nacional de Huracanes (NHC) de EE.UU., los vientos se duplicaron en menos de un día, alcanzando ráfagas de hasta 175 mph (280 km/h).
“Se intensificó como jamás habíamos visto”, comentó un meteorólogo del NHC. Los datos satelitales y de medición oceánica confirmaron que el mar Caribe registró temperaturas aproximadamente 1,4 °C por encima del promedio. Una diferencia aparentemente pequeña, pero suficiente para alimentar un huracán de esta magnitud.
“El combustible invisible: aguas cálidas y atmósfera revuelta”
“El océano funciona como una fuente de energía para los huracanes: cuanto más caliente está el agua, más vapor se evapora y más energía térmica se transfiere a la atmósfera”, explicó un experto en oceanografía. Estudios de la Climate Central señalan que ese calentamiento elevó la velocidad máxima del viento unos 16 km/h y aumentó el potencial destructivo del huracán hasta en 50 %.
Además, una investigación reciente revela que los eventos de “calor marino extremo” incrementan la probabilidad de intensificación rápida en ≈50 % respecto a periodos normales. Es decir: cuando el mar se transforma en una olla a presión, los huracanes pueden entrar en modo turbo.
“Escenario de alto riesgo: señal de advertencia”
Puntualmente, en el caso de Melissa:





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El sistema experimentó dos episodios consecutivos de “intensificación rápida extrema”, es decir, un aumento de al menos 93 km/h en 24 horas.
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En realidad la velocidad del viento creció unos 112 km/h en sólo un día.
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Los modelos indican que condiciones observadas eran entre 500 y 700 veces más probables debido a la influencia humana en el clima.
“Nos estamos adentrando en una nueva normalidad”, advirtió otro científico.
Ante este escenario, el NHC alertó que Melissa podía causar vientos catastróficos, lluvias torrenciales e incluso deslizamientos de tierra generalizados. Algunas comunidades podrían quedar aisladas durante días por daños en redes eléctricas y de comunicaciones.
“Frecuencia en aumento: el patrón que emerge”
Los científicos coinciden en que este tipo de intensificación extraordinaria ya no es un evento aislado. Investigaciones recientes muestran que gran parte de los huracanes en el Atlántico ahora se intensifican mucho más rápido de lo que ocurría en décadas anteriores. Un estudio de 2023 concluye que la probabilidad de que una tormenta evolucione de categoría menor a mayor en 24 horas ha pasado de ~3,2 % entre 1971-1990 a ~8,1 % en los últimos 20 años.
“El cambio climático está modificando fundamentalmente nuestro clima. Esto no significa que cada ciclón se convertirá en mega-tormenta, pero sí que la probabilidad está aumentando”, señaló la meteoróloga Bernadette Woods Placky. En efecto, en los últimos años fenómenos como los huracanes Beryl, Helene y Milton ya mostraron comportamiento similar.





“El doble impacto: más viento y más agua”
El aumento de la temperatura del mar no sólo provoca vientos más intensos, sino que también genera lluvias más fuertes y marejadas ciclónicas más peligrosas. Un mar más caliente significa más vapor en la atmósfera, lo que significa más agua que puede precipitar. Y cuando eso sucede sobre zonas costeras ya elevadas por el nivel del mar, el riesgo se multiplica.
En el caso de Melissa, la tormenta lento movimiento sobre el Caribe aumentó el peligro: vientos intensos, lluvia prolongada, y un mar que ya no es un aliado sino un amplificador del desastre. El escenario para zonas vulnerables se vuelve extremo cuando convergen viento, agua y vulnerabilidad territorial.
El huracán Melissa, con su aceleración implacable y su vínculo directo con aguas caribeñas más cálidas de lo normal, confirma una advertencia que la ciencia ha reiterado: estamos ante un nuevo tipo de ciclón, más violento, más rápido y más exigente en términos de preparación. Si los océanos siguen calentándose y los vientos retenidos por la atmósfera continúan moderándose, eventos como este podrían pasar de raros a normales —y las costas, las viviendas, la infraestructura, deben estar listas para esa realidad.







